Me preguntaba cuando lograría alcanzar mis metas. Cuando, por fin, seria reconocido por mi trabajo.

¿Cuándo sería mi momento?

Cuando, pienso, cuando, cuando…

Todo momento parece un volver a empezar. Todo momento parece un parto, constante, perpetuo.

Pienso en Sísifo y en la montaña.

Avanzo como una hormiga que arrastra un enorme grano. Ante la sorda indiferencia de la naturaleza.

De niño aprendí que hay dos bando en el mundo en perpetua lucha por mi alma. Siempre he luchado por pertenecer a uno de ellos. Lo que esas historias no me dijeron fue que el mundo real pertenecía al otro. Ni tampoco que esa frontera gris que los separa fuera tan grande y nos abarcara tantas veces.

Tengo, por desgracia, la naturaleza de la rana que lleva al escorpión a su espalda. Algunos nacen para ser escorpiones, yo nací, muchas veces lo he lamentado, para ser la rana.

Me he salvado tantas veces de la muerte. Ahora pienso si es que de verdad hay una razón para eso.

Y de pronto lo entendí. Mi momento es ahora. Mi momento llegó mientras dormía y se instaló a mi lado y abrazo mi espalda. Quizá por eso no lo veía.

Cada momento es mi momento, cada día es mi día. Cada instante me pertenece. Soy yo el que decide a donde mirar, que escuchar, a quien hablar.

No pesa sobre mí el largo lastre de la ambición. No tengo las cadenas de la culpa. Me acabo de perdonar.

He levantado la mano para ayudar, lo he hecho con convicción pero también lleno de dudas. Me he perdonado por no haber encontrado la respuesta, sino muchas más preguntas.

He adquirido el logro más sorprendente en la vida. Puedo pararme frente a cualquier persona en este mundo (excepto a uno) y mirarlo de frente a los ojos sin temor.

No tengo deudas y las que debo cobrar, acabo en este instante, de condonar.

Soy libre aunque este con hambre. Soy libre en este instante. Y soy libre para reclamar mi instante de eternidad.