Más que un Anuncio Publicitario
(¿Me pueden decir que hace ese negro ahí?)
El domingo discutí con alguien al que quiero mucho un tema muy espinoso. El racismo en el Perú.
Fue muy difícil y (particularmente doloroso) descubrir que no pensábamos igual sobre un asunto tan importante, presente y perentorio en la agenda social de nuestro país. Y fue doloroso porque es algo que me parece esencialmente claro e importante en otra persona (cuya opinión me interesa muchísimo) y que resulta lejana a la mía.
Para mí, es más que sintomático la manera en que la publicidad exacerba nuestras taras sociales haciéndonos querer ser alguien que no somos y a la vez nos deja el sentimiento que no debemos estar orgullosos de cómo realmente somos.
Si fueran cualidades o comportamientos positivos, aquellos que nos obligan a mejorar, pues no habría ningún problema. Pero claro, eso sería si viviéramos en un mundo ideal: Este evidentemente no lo es.
Fue en mi primer trabajo de joven cuando en medio de videos de publicidad, editando imágenes de comerciales y teniendo acceso a las campañas publicitarias de otros países (en los comienzos de los 90’ cuando no había acceso a internet) que me di cuenta de algo sorprendente: En los comerciales de los distintos países de una marca de cosméticos de una compañía internacional aparecía gente negra, aparecía gente cobriza, aparecía gente asiática, es decir, cada país aparecía con su propio biotipo, sus propios rasgos étnicos (no hablaré de raza porque probado está que solo existe una sola: La raza humana, lo otro no es sino rasgos étnicos generados por el hábitat de cada población). En la India se mostraba gente de esos rasgos, en China o Japón gente asiática, en Nigeria gente negra, pero en Perú, el comercial publicitario destinado para Perú las personas que aparecían eran… rubias.
Según The World Factbook (publicación de la CIA) especie de almanaque preparado para el uso de la burocracia gringa (sociedad que puntualiza los rasgos étnicos de las personas) somos 37% de mestizos (mezclados vainilla, canela y chocolate), 40% de indígenas (canela pura), y solo un 15% de vainilla (vainilla local por supuesto), queda un 7% de chocolate nacional, si me permiten la expresión y un restante de pistacho limón (asiático para el que no me entendió). ¡Es decir somos casi un 85% de no blancos! Mira tú…
Joven hijo de familia clase mediera limeña miraflorina, yo, me había dado mi primer encontronazo con la realidad y con una de mis primeras pruebas fehacientes de este discurso silencioso, incisivo y pérfido que nos hemos grabado en nuestra estructura mental de origen colonial y profundamente dominatorio (el barbarismo morfológico es mío), que busca entre otras cosas que en la mente de los dominados se grabe con fuego la idea siguiente: Si eres indio no vales nada, no eres nada, eres un dominado; tu ideal debe ser occidental porque occidental es tu dominador.
Solo se puede dominar a otro cuando a esa persona le hacen perder toda su auto estima, cuando se deja de querer a ella misma, cuando se piensa y se siente como inferior. Entonces comienza a actuar como inferior: Y comienza a querer ser lo que no es, aquel ser “rubio”, “blanco” y “occidental” que un día se impuso en estas tierras y construyó un sistema en donde ser blanco era sinónimo de bueno, de rico, de noble y poderoso. Y lo contrario correspondía a lo bajo, sucio, débil e inferior.
¡La buena noticia es que la colonia terminó hace casi doscientos años! La mala es que aún seguimos pensando así.
Y la publicidad se alimenta y refuerza día a día ese mensaje. Nuestra publicidad, aquella que nuestra propia gente realiza para complacer a clientes de nuestra propia sociedad y a los cuales los tecnócratas con toda amoralidad consienten en utilizar con absoluta indiferencia y aseptiquísimo lavado de manos.
Doscientos años después de haber declarado que somos un país libre e independiente, nuestra república sigue sin cumplir su promesa (sic. Basadre) porque las ominosas cadenas, las más importantes y las más poderosas de dominación no solo, no se han roto, sino que siguen vivísimas y sirviendo a una elite y a un grupo de poder que nada tiene que ver con el ideal de libertad que un día “ en sus costas se oyó” (sic. Himno nacional del Perú).
Mi profesora de historia me decía que lo más difícil en una sociedad es que cambie su forma de pensar. El racismo es una forma de pensar, una muy insidiosa, pérfida y silenciosa manera de dominar a un grupo de personas.
Creo que nos estamos dando cuenta de que muchos de nuestros “programas” internos deben ser reformulados. Si es que queremos, de verdad, construir un país y una república digna de ser llamada así.
Y a la persona con la que estuve en desacuerdo le digo que igual la sigo queriendo (que me sigue inspirando las mejores cosas) y que acepto nuestro desacuerdo, porque a fin de cuentas, ¿no vivimos en una “democracia”?
cargarciarosell@hotmail.com