#ElPerúQueQueremos

Nuestro Servicio Militar

Publicado: 2013-06-19

¿Qué nos puede enseñar un estado corrupto? Un estado organizado (por definición un estado lo es) se sustenta en una serie de principios comúnes. Una sociedad reglamenta su vida de acuerdo a ellas. Sin principios que nos den sustento es imposible una convivencia, un desarrollo, si quiera una continuación de vida en comunidad.

¿Dónde, en el Perú, los adquirimos? ¿De quién? ¿En qué lugares y momentos los aprendemos y nos volvemos parte de ellos? Cada vez en menos sitios. La escuela y el hogar son los dos pilares (y los dos están en crisis). Hubo, hay y habrá otros lugares (los debe haber, los debemos construir). Pero el servicio militar obligatorio, en el Perú, jamás lo fue, no lo es y dudo que algún día lo sea.

¿Qué valores puede enseñarle a un joven (según la versión oficial del ejército y el poder ejecutivo) un mecanismo como este que lo único que ha hecho en toda la historia (o casi) es perpetuar, ahondar y aprovechar la profunda brecha social y racial que existe en este país? Un país casi de castas. Una élite alienada e indiferente, una capa popular estigmatizada por la cultura oficial, una clase media no de transición, sino de limbo.

¿Qué puede enseñar una institución que como casi todas las instituciones del estado (con su exacto reflejo en las instituciones privadas) están ahogadas por la corrupción, el soborno, el desfalco y el latrocinio? ¿Qué cosa el conscripto se tiene que creer mientras saluda a la bandera a las seis de la mañana todos días, para luego correr, sudar y sufrir por los sagrados símbolos de la patria? ¿Qué en lo más alto de la jerarquía esos generales que tienen el mando viven en una actitud casi monástica como “guardianes socráticos de la nación” (sic) velando por todos esos hermosos símbolos patrios?

Cuantos escándalos de corrupción han sido necesarios para volvernos insensibles a esa podredumbre. Ya no tengo memoria. Cuantos ranchos podridos les van a dar de comer. Cuantas armas de chatarra a precio sobre dimensionado. Cuantos chalecos inexistentes. Cuantos radios que jamás comunican. Cuantos desfalcos a su propina. Cuantos negocios ilícitos a su costa. Cuantos otros que ya ni siquiera osamos imaginar. ¿Cuál es el límite de la hipocresía? O es que preferimos ser ciegos. Preferimos no ver nuestra gangrena generalizada de bajo de nuestra camisa nueva y reluciente. 

Carlos García Rosell A.


Escrito por

Carlos García Rosell A.

Actor y director de Teatro. Profesor de la Universidad Católica. Creencia principal: La Imaginación te hará libre.


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Los asuntos de mi país son míos.